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A través del espejo

Ciudad de Buenos Aires

Argentina.

Andrea Massaccesi
Médica de familia

Cuando era niña, solía poner un espejo pequeño justo debajo de mi nariz, paralelo al piso apuntando al techo, y, con la vista en el reflejo, caminar por mi casa... La magia obtenida era pasear por el cielorraso -siempre menos poblado que el suelo del departamento-. Esquivar las vigas, sortear los artefactos de luz, saltar las grietas... Mi madre había puesto papel de flores en el techo de la cocina y yo jugaba, entonces, en la pradera.
El espejo, el ojo, la luz y lo reflejado conspiraban para crear, con este mundo tangible, un universo diferente, una ilusión de otro cotidiano.
Hoy día, en este devenir de mujer adulta y atareada, mirar a través de la cámara del celular, me devuelve el aroma de ese fenómeno ilusorio. Observar el mundo enmarcado por la cámara es un poco como saltar a través del espejo de Alicia.
La luz que emana de las cosas logra fundirlas en el plano de la pantalla: pequeño trabajo de orfebre que pega las luces del techo contra las baldosas brillantes y les adjunta un follaje inverosímil pero vecino. Me encanta esa amalgama. Dos o tres objetos que están distantes, fraternizan de golpe en la imagen con solo mutar el ángulo desde donde se les mira. Y basta moverse unos centímetros en otro plano para que vuelva a aparecer la tercera dimensión con toda su maravillosa profundidad.
Los reflejos de mi misma son devueltos desde objetos inusitados. Nunca voy atenta a encontrarme: siempre me sorprende la aparición casual de mi silueta en un charco o una baldosa bien pulida.
Con el ojo desnudo no hay nada que mirar, hasta que inclino la cámara y aparece un reflejo: aquí a mis pies, el muy remoto cielo. La luz y la sombra, el ángulo y los objetos, escriben un cuento breve, a veces solo un verso de una poesía que desconozco. Imagino mundos en las profundidades oscuras de una mata de hojas, y una colonia de seres diminutos viviendo en un respiradero. Miro desde las alturas como una jirafa para descubrir que la geometría me depara placeres inesperados.
Hacer ese recorte a través de la pantalla me permite darle profundidad al desorden de imágenes que se agolpan cada día delante de mis ojos. La vida cotidiana adquiere así un ritmo, y, con ello, un sentido. Ya no estoy sola de este lado del espejo.

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